lunes, 25 de junio de 2012

Friction Dancing


Pero por el camino una bailarina le cierra el paso y se restriega contra él, empujando la pelvis contra su entrepierna. Bajo la pintura de guerra, la chica tiene un rostro chabacano, casi de payaso, y las capas de base de maquillaje no consiguen ocultar las feas cicatrices de la viruela a la áspera luz de los focos. Una mirada extraviada y una boca torcida y cruel le desafían.
Lennox se queda petrificado, tieso por todas partes menos donde ella querría. Esto es friction dancing. Ella no va a dejar de menearse hasta lograr que se corra. Le invade una explosión de ira.
Esto es cosa de viejos y fracasados, de gilipollas y retrasados.
 Capta la amarga desesperación en la mirada de la chica y se da cuenta de que ahora se ha convertido para ella en un reto personal y que por narices tiene que excitarse y correrse. La única forma que tiene de salvar las apariencias esta bailarina de striptease adicta al crack es obligarle a tomar parte en este circo y dejar que lo transforme en un ser tan desesperado y envilecido como ella. Lennox lo entiende, porque ha tomado parte muchas veces en otras versiones de lo mismo en Edimburgo, durante las salidas exclusivamente masculinas del cuerpo. Capta la inquietud en los rostros de los hombres presentes. Es consciente de que al no entrar en el juego los está poniendo en evidencia por el simple hecho de estar por encima de ellos, y humillando a la mujer al rechazar lo único que tiene para vender, su sexualidad, o al menos esa versión caricaturesca de ella. Se trataba menos de una cuestión de autoestima que de orgullo profesional: era así como se ganaba la vida.
Fragmento de Crimen
(Irvine Welsh) 

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