El mercader le prestó el caballo y el sirviente lo montó, hundió las espuelas en sus flancos y partió todo lo velozmente que el caballo era capaz de galopar. Luego el mercader fue a la plaza del mercado y me vio de pie en medio de la multitud, y se me acercó y me dijo: '¿Por qué le hiciste un gesto amenazador a mi criado cuando lo viste esta mañana?'. 'Ese no fue un gesto amenazador', le dije. 'Fue sólo un respingo de sorpresa. Estaba asombrado de verlo en Bagdad, puesto que yo tenía una cita con él esta noche en Samarra'.
Habla la Muerte
de W. Somerset Maugham
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